Atardeceres en la Atlántida
Érase una vez una chica que soñaba con ver atardecer alrededor del mundo. Había visto ponerse el sol en una playa desierta, en el corazón de la selva, desde el famoso puente de una ciudad que nunca duerme… Y en cada lugar ese breve instante entre el día y la noche le parecía especial, maravilloso, único.
Un día le hablaron de una islita pintada de blanco y azul donde cada tarde las casas se teñían de cielo. A la isla la llamaré Santorini porque es allí adonde nos lleva esta historia; a la chica puedes imaginarla con el nombre que quieras.
Hay quien cree que Santorini podría ser la mítica Atlántida de la que habló Platón, pero, más allá de la leyenda, es innegable que se trata de una de las Islas Griegas más bonitas.
Su fama está sobradamente justificada y, hasta que comenzó la pandemia, varios millones de personas viajaban cada año hasta este paraíso del Mediterráneo. Algunas lo hacían a bordo de enormes cruceros que vomitaban a sus pasajeros en la bahía, otras llegaban en ferry o en avión, y la mayoría tenían un mismo objetivo: disfrutar del atardecer perfecto.
Por éso al final del día la isla entera contenía el aliento y todas las miradas se dirigían al oeste para ver morir el sol.
«La isla entera contenía el aliento y miraba al oeste para ver morir el sol.»
Tras varios días de puestas de sol inolvidables, nuestra protagonista se dio cuenta de que no podía marcharse sin ver el atardecer más famoso de Santorini.
Le habían dicho que tenía que dirigirse al norte, a un pueblito de cuento llamado Oia (léase Ía), y reservó su última tarde en la isla para visitarlo. Una vez allí, y dispuesta a contemplar el espectáculo en primera fila, se dejó llevar por la marea de turistas y esperó pacientemente con la mirada clavada en el horizonte.
Casi lo había conseguido, estaba a punto de vivir uno de los atardeceres más mágicos del mundo… Pero nadie contaba con la bruma.
«El sol se pone cada día y la tristeza en Oia apenas dura un suspiro.»
Pues sí, aquella tarde hubo bruma y el tan soñado atardecer no se hizo realidad. La gente, resignada, se dispersó tras un breve aplauso para pasear su decepción por las calles empedradas del pueblo.
Pero el sol se pone cada día y la tristeza en Oia apenas dura un suspiro. O, como mucho, lo que tardas en encontrar la maravillosa Atlantis Books o en subir al mirador del castillo persiguiendo las notas de un sirtaki.
Quizá por eso, cuando esta chica recuerda sus tardes junto al Egeo, lo hace con los soles de Santorini brillando en el corazón. Y sonríe porque sabe que cada crepúsculo es especial, aunque sólo nos detengamos a contemplarlo cuando estamos de vacaciones.
La Atlantis Books está en una de las calles más transitadas de Oia, así que es probable que la encuentres por casualidad.
Basta con echar un vistazo a la fachada para saber que estás entrando en uno los lugares más auténticos de Santorini, y, en mi opinión, en una de las librerías con más encanto del mundo.