Tras la muerte de su padre, Margarita vuelve a la casa donde creció para empaquetar los recuerdos de tres generaciones. Se enfrenta a esta difícil tarea en solitario, aunque en realidad no está tan sola, porque sus fantasmas la esperan en cada estancia, en cada armario, en cada pensamiento…

Los reencuentros físicos y emocionales de la protagonista son los hilos que tejen esta historia entre pasado y presente, dibujando una línea de vida entre la niña que fue y la mujer madura que es ahora.

Ana Alcolea (Zaragoza, 1962) lleva a Margarita hacia sus raíces, y a nosotr@s con ella. Sin embargo, en esta novela la ciudad es sólo un telón de fondo donde el Parque Grande y otros rincones de la Zaragoza de 2020 rivalizan con los que perviven en su memoria.

Porque «El brindis de Margarita» es un billete de ida y vuelta a una España en blanco y negro que ya empezaba a verse de otros colores. Pero, sobre todo, un viaje hacia aquello que fuimos del que regresas a la realidad con un sabor agridulce.

«De memoria y sin pensar demasiado. Así había sido la educación de las niñas durante décadas. Y así había sido la de mi madre, en aquel colegio y en otro al que fue becada durante un año. A ella no le habían enseñado a poner en tela de juicio nada de lo que había a su alrededor. […] Así es que ella se había criado con el silencio y con el miedo como coordenadas en las que se iba tejiendo su vida.«

«Recorro los mismos rincones en los que posé de muy niña para las fotos de blanco y negro y ya de púber en color: el jardín de invierno, la gigantesca y horrenda estatua del rey Alfonso, el laguito con un reloj de agua que nunca funcionó, rodeado de naranjos cuyos frutos no se podían comer porque eran amargos».

Las reflexiones de Margarita te atrapan desde las primeras páginas y es imposible dejar de leer. Pero no te confundas, porque no es una novela complaciente. Más bien lo contrario.

«El brindis de Margarita» te remueve los sentimientos y, de alguna manera, se convierte en un homenaje a todas esas personas que tuvieron que vivir sin permitirse soñar.

Una lectura que pasa tan rápido como la vida misma y que es imposible disfrutar a pequeños sorbos.

«¿Por qué todo el mundo cree que su vida es la mejor, aunque no lo sea? Tal vez todos necesitamos creer que nuestra vida es la mejor. Sería insoportable vivir pensando que todo podía haber sido de otra manera, y que nuestra vida es una mierda».