Albarracín, en la provincia de Teruel, es una de las joyas de nuestro patrimonio y dicen que es uno de esos lugares que hay que visitar al menos una vez en la vida. Yo he tenido la suerte de hacerlo en tres ocasiones, así que no puedo estar más de acuerdo.
Habitada por celtas, romanos y visigodos, fue conocida como Santa María de Oriente. Su denominación actual se debe a la dinastía bereber de los Aben Razín, nombre que derivó en al-Banu-Razín, es decir, «la ciudad de los hijos de Razín» y la convirtieron en capital de su taifa durante el periodo andalusí. Más tarde, Albarracín pasaría a manos de la familia navarra de los Azagra, que la mantuvieron independiente de los reinos de Aragón y de Castilla durante doscientos años.
Albarracín fue declarada Conjunto Histórico-Artístico en 1961, recibió la Medalla de Oro al mérito en las Bellas Artes en 1996 y está propuesta por la UNESCO para ser declarada Patrimonio de la Humanidad. Ahí es nada.
Pero estos títulos sólo confirman lo que el visitante piensa en cuanto pone un pie en sus calles: Que es uno de los pueblos más bonitos de Aragón y de toda España.