Habíamos elegido la ruta circular de una hora (unos 45′ cabalgando más el cursillo previo) y se nos hizo corta.
Comenzamos ascendiendo por un estrecho camino de herradura muy sombreado junto a un un murete de piedra. En mi opinión, este primer tramo es el menos cómodo para los jinetes novatos, ya que el terreno es muy irregular y no paras de dar botes, pero no dura mucho y es obvio que el caballo lo haría igual de bien sin tu ayuda.
Durante todo el recorrido nuestro guía fue contando cosas muy interesantes sobre los animales, la vegetación y tradiciones de la zona como «Las Fallas». Según nos dijo, esta fiesta del fuego es la razón de que algunos abedules no tuvieran corteza, ya que la usan como combustible para las antorchas que encienden en el solsticio de verano.
Las Fallas del Pirineo fueron declaradas Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO. Se celebran la noche de San Juan (del 23 al 24 de junio) y en Aragón este ancestral ritual sigue vivo gracias a nueve municipios: Aneto, Bonansa, Castanesa, Laspaúles, Montanuy, Sahún, Suils, Villarué y San Juan de Plan.
Más o menos a mitad de paseo llegamos al embalse de Linsoles, junto al pueblo de Eriste. Yo pensaba que pararíamos un ratito para contemplar el paisaje y disfrutar de la tranquilidad del entorno, pero seguimos adelante. Que casi fue mejor así, porque sólo de imaginarme volviendo a subir al lomo de aquel enorme caballo sin ayuda de una escalerilla me hizo sonreír.
Claro que resulta bastante complicado hacer fotos decentes montada a caballo y lo mejor es no intentarlo cuando haya subidas o bajadas con pendiente; En esos momentos te toca colaborar con el animal, así que no te distraigas hasta que llegues al llano.
Una vez en Eriste el paisaje deja de ser tan boscoso y el camino se ensancha. A esas alturas del paseo estás tan cómoda que casi te sientes como una amazona a punto de cruzar la pradera al galope… Y cuando quieres darte cuenta, has vuelto al punto de partida y te estás quitando el casco y la redecilla desechable.
Cuenta la leyenda que hay quien tiene agujetas después de montar a caballo por primera vez. No fue nuestro caso, pero lo que todavía nos dura son las ganas de repetir la experiencia pronto.