Para Leer: Cinco Viajes al Infierno
AUTORA:
Martha Gellhorn
GÉNERO:
Viajes, Autobiografía
EDITORIAL:
ALTAÏR
(Edic. 2011)
Cualquier viajero que se precie ha vivido, como poco, uno o dos viajes al infierno.
Puede que fuera por una intoxicación alimentaria, una huelga aérea interminable, una pelea con tu pareja o esa noche de hotel entre bichos que todavía te da escalofríos… Sabes de lo que te hablo, ¿verdad?
Pues Martha Gellhorn se habría reído en nuestra cara si nos hubiéramos quejado de estos contratiempos. Porque ella no fue una viajera cualquiera y prueba de ello es esta fantástica crónica de sus cinco peores viajes que te atrapará de principio a fin.
«Una puede ser ser en la vida lo que quiera, siempre que esté dispuesta a pagar un precio por ello».
Martha Gellhorn
Si no sabes nada sobre Martha o su nombre sólo te suena porque estuvo casada con Ernest Hemingway (algo que no le habría hecho ni pizca de gracia, por cierto), te invito a descubrir la vida de una mujer que rompió moldes.
Seguro que en cuanto la conozcas un poquito no podrás parar de leer estos «Cinco viajes al infierno. Aventuras conmigo y ese otro».
LA AUTORA:
Martha Ellis Gellhorn (St.Louis, 1908-Londres, 1998) fue periodista y escritora pero, sobre todo, fue corresponsal de guerra. La pasión que sentía por su trabajo la llevó de conflicto en conflicto por todo el mundo y siempre puso el foco en la realidad de la gente corriente.
Con apenas veinte años cruzó el Atlántico y se plantó en París con una máquina de escribir dispuesta a cumplir sus sueños. Aquel viaje sólo fue el primero de muchos y ni siquiera su matrimonio con Hemingway, que coincidió en el tiempo con la Segunda Guerra Mundial, la hizo renunciar a ese estilo de vida casi nómada.
Tenaz, rebelde y comprometida con sus ideales, Martha Gellhorn se las ingenió para ser la única mujer (que se sepa) en desembarcar en Normandía el Día D. Lo consiguió disfrazándose de camillero y colándose en un barco hospital mientras a su entonces famoso marido le impedían acompañar a las tropas por miedo a que le pasara algo.
«Para mí viajar era como para un leopardo sus manchas. Llevaba toda la vida viajando, desde la infancia en los tranvías de mi ciudad natal que me transportaban a Samarcanda, Beijing, Tahití, Constantinopla […].
Y viajaba de verdad desde los veintiún años, cuando decidí que sería un buen plan verlo todo y a todos, y escribir sobre ello».
(Credenciales, pág.26)
En contra de la opinión de Hemingway, a quien no le gustó esa hazaña, la norteamericana siguió el avance de los Aliados por Europa, informó de los horrores del campo de concentración de Dachau y recorrió un Londres derruido. Allí, harta de soportar los celos, desplantes y quejas del escritor, que le recriminaba sus largas ausencias, puso fin a su matriomonio.
Acabaron como el rosario de la aurora, pero Gellhorn no habría dejado su trabajo por nada ni se habría conformado con ser «una nota a pie de página en la vida de otra persona». Y está claro que lo consiguió.
España, Finlandia, Singapur, Hong Kong, Birmania, Gran Bretaña, China, Italia, Vietnam, Guatemala, El Salvador, Panamá, Brasil… Martha siguió coleccionando países cuando viajar no era tan fácil ni tan cómodo como ahora y siempre estuvo donde había noticias.
LOS VIAJES:
Hasta de los peores viajes se puede sacar algo positivo y la idea de convertir en novela sus peores experiencias le llegó en Creta, sentada en una playa perdida junto a «un zapato empapado y un orinal herrumbroso».
Allí comienzan estos cinco viajes el infierno que enseguida nos llevan a la China ocupada por Japón. Fue una incómoda aventura que vivió acompañada por Ernest Hemingway, a quien cita simplemente como C.R. (Compañero Reticente).
«Por lo general, yo me quejo más que hablo, pero en aquel viaje no me atrevía por ser la culpable […]. La situación era tan desesperada que yo también me refugié en el silencio, indiferente, adormecida por la desesperación más que por el vino de serpiente«.
(Los tigres del señor Ma, pág.67)
Con 34 años y cansada de vivir a salvo en su casita mientras oía hablar de la guerra, decidió que sus deberes domésticos podían esperar. Para ella, el infierno era la calma y viajó al Caribe para informar de lo que estaba pasando en el mar.
De aquellas accidentadas travesías donde los submarinos también comparten protagonismo con un gato y hasta una bruja, surgió «De Barco en barco». Y también descubrió que el mar sólo le gustaba para nadar.
«Pensé que me había roto el coxis de botar con tanta fuerza donde estaba refugiada en la sentina. Calada hasta los huesos, congelada, con naúseas, juré que jamás volvería a viajar por mar una vez llegara a Antigua».
(De barco en barco, pág.114)
El siguiente capítulo es el más largo y lo dedica a África. Tamtanes sonando en la noche, animales salvajes, carreteras polvorientas y la mirada incisiva de Gellhorn hecha palabra para romper la imagen más idílica del continente.
Después nos lleva a la Rusia soviética en plena Guerra Fría y tienes que esforzarte para no imaginarlo todo en tres colores. Llegados a este punto, y a pesar de lo que sugiere el título, «Cinco viajes al infierno» resulta todo un alegato a favor de viajar que te dará otra perspectiva sobre algunos aconticimientos del pasado siglo.
«La sala de llegadas del aeropuerto de Moscú era un caos escandaloso. No lograba averiguar donde encontrar mi maleta, así que me quedé ahí parada como una paleta que no hubiera viajado nunca».
(Una mirada a la madre Rusia, pág.283)
Siempre crítica y con un estilo propio, Martha Gellhorn cambió la forma de hacer periodismo. Tal fue la huella que dejó, que tras su muerte se creó un premio con su nombre que se entrega cada año a quien relata la realidad al margen de las versiones oficiales.
Hoy en día está considerada una de las corresponsales de guerra más importantes del siglo XX pero nada de esto habría sido posible si no hubiera tenido vocación de viajera. Y seguro que te sorpenderá saber que tenía más de 80 años cuando realizó sus últimas salidas internacionales como reportera.
Martha Gellhorn se suicidó tomando cianuro unos meses antes de cumplir los 90. Y no creo que fuera porque estuviera medio ciega y enferma de cáncer, sino porque no concebía vivir sin ver «otro país, otro cielo, otro paisaje».
«Si hubiera invertido algo de tiempo en analizar los viajes, en vez de recorrer el mundo con el vigor de un frijol saltarín mejicano, lo habría visto mucho antes. Uno define su propio viaje horroroso, según sus gustos.
Mi definición de lo que convierte un viaje en algo total o parcialmente horroroso es el aburrimiento».
(¿Qué aburre a quién?, pág.329)
Confieso que no tenía ni idea de quién era Martha Gellhorn hasta que empecé a leer este libro, pero su historia me ha fascinado.
También me ha hecho preguntarme cuántos nombres de mujeres excepcionales se habrán perdido en la memoria del tiempo. Mujeres que lucharon por ser ellas mismas, que abrieron nuevos caminos intentado convertir su pasión en una forma de vida.
Mujeres que quizás sobrevivieron a más de cinco viajes al infierno pero nadié se molestó en contarlo.
Ahí lo dejo.